Salimos de la ciudad de Medellín ya de noche, los mapas del GPS de Ecuador y Colombia no son muy completos y acertados que digamos (sobre todo en las grandes ciudades), así que la salida de la ciudad fue una serie de paradas improvisadas y de preguntas, buscado orientarnos.
Si bien el paseo en el Turibus, no es algo muy x-trem que digamos, estábamos muy cansados, así que Javí manejo unos cien kilómetros sorteando pendientes pronunciadas, curvas, contra curvas y una lluvia profusa y molesta. No queríamos andar mucho, la idea era buscar una estación de servicio donde dormir. La primera en la que paramos estaba repleta de camiones y no había lugar, pero nos sugirieron que fueramos un poco más adelante al playón de un restaurante cuyo nombre es “Paraje Santa Rosa” (en clara alusión a la ciudad cercana). La playa de estacionamiento era enorme, y había lugar para cien camionetas y trailers como los nuestros. Pedimos permiso, y la hospitalidad paisa comenzó a operar. No sólo que nos dijeron que sí, sino que se mostraron preocupados por que estuviéramos realmente cómodos, que allí es más plano, que cerca de la chimenea de la cocina tendríamos menos frío, que aquel rincón está más reparado del viento. Finalmente nos ubicamos detrás de restaurante, donde había otro playón tan grande como el del frente. Al cabo de un rato de que el trailer estuviera abierto y nosotros instalados. Comenzaron a salir de adentro del restaurante, empleados, parroquianos, y paisas que pululaban por el lugar, todos querían conocer el nuestros trailer Delta 330 por dentro, y todos decían ¡Que bacano… bien bacano (lease piola, lindo, agradable, practico, joya.)! Eran como unas 10 o 15 personas que nos rodeaban, demostraban su afecto y nos acribillaban a preguntas. Nosotros repartíamos tarjetitas con nuestros datos a troche y moche; y todos se entusiasmaban con idea de pasar a visitarnos algún día en Villa Gesell. De repente entre las voces, se escuchó una que se alzaba entre las otras demostrando su autoridad, preguntó ¿Qué quieren comer? Vimos que la voz provenía de una señora, que portaba un pañuelo blanco en la cabeza a la usanza de las cocinas. La señora, arremetió con la pregunta ¿Qué les gustaría comer? Y agregó… ¡La casa invita! A nosotros francamente nos dio vergüenza, a pesar de que el bagre nos picaba. Y dijimos… nada, no se moleste, nosotros tenemos nuestra comida en el trailer. Pero la verdad era que teníamos exiguas ganas de ponernos a hacer arroz o fideos. Ante la insistencia de la señora, finalmente dijimos humildes: Lo que usted quiera invitarnos, no queremos ofenderla rechazando su amabilidad, pero tampoco queremos causarle ninguna molestia. En fin nos sentamos en el enorme restaurante, limpio y parecido a los paradores para colectivos argentinos mejor puestos. A nuestra mesa acudieron, unos tazones enormes de chocolate con canela, unas arepas de maíz (tortillas de maíz, mucho mejores que las que habíamos probado antes), una porción de queso elaborado en el mismo establecimiento, un pan de queso que se llama almojábanas (una versión del chipá, pero colombiano) y unas rosquitas saladas muy ricas. Todo porque sí, porque viajamos en un trailer alrededor de Sudamérica, y la señora encargada del local, la del pañuelo, tiene una hija estudiando en la Universidad de Palermo, en Bueno Aires. Todo a lo que gentilmente fuimos invitados estaba muy rico, pero lo que más nos lleno fue la amabilidad de la gente paisa, de la señora, y de todos los que se acercaron a nosotros. Los paisas, son los habitantes de la región de Antioquia. En esta región está incluida la ciudad de Medellín. Habíamos sido advertidos, por nuestro amigo ecuatoriano Mishi, sobre la hospitalidad del colombiano en general, pero particularmente de los paisas. El paisa típico, del medio rural, anda con su sombrero de paja, su poncho y resto de los atavíos campesinos que recuerdan a nuestros paisanos argentinos. También su actitud servicial y solidaridad hacen recordar aquella pregunta de nuestros gauchos que dice: ¿Qué anda necesitando mi amigo? Sin embargo, no todos los paisas portan sombrero y poncho, la actitud generosa puede provenir de un hombre o mujer, portadores de otros atavíos de la modernidad.
A la mañana siguiente de nuestro generoso tentempié, recibimos nuevamente todo el afecto de la gente del parador, e incluso nos regalaron una generosa porción de pan de queso como obsequio. También compramos una especie de pionono dulce, con el objeto de mantener en pie nuestra dignidad, y no parecer tan caras duras.
Nuestros Amigos Paisas
Nos separaban 600 kilómetros de Cartagena de Indias, que se hicieron largos, pero muy bellos. Atravesamos una zona del país donde predomina el ganado vacuno, sobre todo las vacas destinadas al la producción de leche (Si no me equivoco, de las razas Holstein –muy parecidas a nuestras vacas Holando-Argentinas pero algo más regordetas y retaconas- y Holstein coloradas –iguales a las Holstein pero con manchas coloradas en lugar de negras-)
Los pastizales de esta región de Colombia son de un verde más intenso que los que vemos en la región pampeana, y se extienden en interminables ondulaciones que va copiando el camino. De tanto en tanto, pero siempre visibles, grupos de árboles frondosos salpican el paisaje. No llegamos a cubrir los 600 kilómetros en una jornada, no queríamos llegar a Cartagena de noche, por las consabidas dificultades para conseguir alojamiento o lugar donde dormir en el trailer. Además de eso, ya de noche y faltando unos 70 kilómetros para llegar se largo un aguacero que dificultaba muchísimo la visión, y por el costado del parabrisa comenzó a entrar agua en la Discovery (cosa que tenemos que arreglar con un poco de fastix) Los próximos 20 kilómetros fueron una tortura, hasta que de pronto divisamos una estación de servicio, donde decidimos parar. No habíamos terminado de estacionar y la lluvia amainó. Preparamos nuestro trailer para dormir aparcándolo en la puerta del “Hospedaje Malagana”, que estaba pegadito a la Estación de Servicio y Restaurante del mismo nombre, así se llamaban los tres comercios que con su nombre hacían alusión a un pueblo ubicado a escasos kilómetros de distancia. Sospechamos que Malagana, no ha de ser el pueblo más prospero de Colombia. El lugar donde paramos con la camioneta y el trailer, era poco menos que un lodazal, pero de todos modos sirvió para que pasáramos la noche.
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