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Juan Pablo Roncoroni, Villa Gesell. Tengo varios blogs que versan sobre distintas cosas... la cerveza, el placer de viajar y escribir.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Cartagena de Indias

Finalmente llegamos a Cartagena. La entrada no fue nada fácil, un tránsito infernal y desordenado nos daba la bienvenida. Nosotros buscábamos un camping, del que sólo teníamos como dato el “barrio”, sin embargo, atravesar la ciudad era una tarea titánica, y como debe ser, nos perdimos varias veces. Finalmente dimos con el “barrio”, un enclave de familias negras, muy humildes, a las que se las está por devorar una sucesión de nuevos edificios de apartamentos nuevos que se construyen unos junto a otros.



El camping en cuestión era una pequeña parcela con pedregullo, bastante pequeña colindante a una especie de “hotel”, que lo único que tenía de lindo era una pileta de natación con el agua tibia (no climatizada) como a mí me gusta. Todo estaba rodeado de altos paredones con vidrios en la parte superior y para pasar de una lado a otro, se atravesaban unos portoncitos de madera que separaban una pequeña callejuela, más parecida a los callejones de las villas miserias, ya que las condiciones en que viven esas gentes nos recuerdan bastante a nuestras villas.

Finalmente llegamos a un acuerdo económico y alquilamos una habitación, tipo departamento, con heladera, cocina y ¡aire acondicionado!, por poca de diferencia con el valor del camping. El lugar estaba bastante deteriorado pero nos brindaba algunas comodidades, así que aceptamos sin chistar, a pesar de los muros descascarados y de las lagartijas que nos invadían las habitaciones. Lo mejor: ¡la pileta!, que la disfrutamos hasta bien entrada la noche. Llegamos muy cansados por el viaje y el tránsito, así que comimos, lavamos nuestra ropa y nos dormimos una buena siesta. Ya dispuestos a partir para visitar Cartagena, la ciudad amurallada, pero por la hora, la íbamos a ver de noche, (aunque dicen que es tan linda como de día), cuando Juan pregunta por el sobre negro con los papeles del auto y nuestros documentos, (los llevamos siempre juntos, porque cada vez que te para la policía te piden todos los papeles). Primera búsqueda, infructuosa. Empezamos a hacer la segunda más minuciosa, mochilas, auto, trailer. Ya se había hecho totalmente de noche, como nuestros ánimos. Especulamos dónde los podríamos haber perdido, ¿en Malagana tal vez?, encima hacía varios días que los retenes no nos paraban, por lo que no recordábamos a ciencia cierta cuándo fue la última vez que los usamos. Ya muy angustiados partimos hacia un “ciber”, la palabra le quedaba grande, atravesando un mundo de negros que tomaban en las veredas, jugaban, escuchaban vallenatos y cumbias a todo volumen y, por sobre todas las cosas, no nos quitaban la vista de encima. A la ida fuímos acompañados por un paisa, originario de Medellín, quien nos guió hasta el ciber y después se fue a hacer unas cosillas prometiendo volver enseguida. Allí tratamos de ver si existía la estación o el hotel de Malagana, simplemente buscábamos un teléfono, ya que de haberse caído, seguramente alguien la encontraría y la reportaría, ya que sólo eran documentos. Pero ni de buena ni de mala gana había nada en Internet. Entramos a la página de la policía de Colombia, a un vínculo especial para reportes de documentos extraviados, pero nada. Decidimos, después de un buen rato volver y esperar a l día siguiente, revisar todo nuevamente y hacer la denuncia de ser necesario. Nuestro amigo no había aparecido así que decidimos retornar solos, se imaginarán que lo hicimos rapidito, rapidito!!. Cuando llegamos, abro la puerta de la camioneta y ¡voilá! Ahí estaban los documentos!!. Resulta que los chicos siguieron buscando y los encontraron en la mochila donde siempre debieron estar y donde Juan y yo habíamos revisado!. ¿Cómo se nos pudo pasar a los dos? No lo sabemos, pero la angustia que nos comimos fue enorme. Juan sabía, porque a Carmen Barrera le había pasado no sé donde (en Perú creo), que perdió los documentos y tuvo que volver con un salvoconducto de la embajada ¡por la misma ruta por donde había llegado!, de sólo pensar eso nos queríamos matar, nosotros tenemos todas las fotocopias de todos los documentos, pero eso no es válido para seguir adelante. ¡Por suerte tuvo final felíz!



Al día siguiente, decidimos finalmente partir hacia El Castillo de San Felipe de Barajas, fuerte que protege a la ciudad de un posible ataque desde el continente. Javi había amanecido bastante irregular de su estómago, igualmente partimos bajo una llovizna, que con esos calores se agradece, nos tomamos una “busetica” (Bondi) y llegamos a destino. Hicimos el recorrido por la fortaleza con guía incluído, hermoso baluarte de la época colonial, con túneles estratégicos y laberínticos que visitamos imaginándonos por un rato la vida de aquellos que tenían que prestar servicio en ella, y agradeciendo ser hoy sólo turistas.







Ya allí Juan comenzó a sentirse mal del estómago. Partimos hacia la ciudad vieja o amurallada, a pie, previo paso por el baño de un bolichito. La cosa estaba empeorando.



Casi llegábamos cuando se hizo imperioso conseguir otro baño para Juan, y algo para comer para las bestias; nos dirigimos hacia un supermercado grande que tiene adentro para comer algo también (y baños). Ahí es cuando la cosa se desbarrancó, ya que mientras los chicos compraban algo para comer, Juan se la pasó en el baño, y terminado el almuerzo, su malestar era tal que ya había decidido volver al departamento en taxi. Cuando vuelve a ir al baño por cuarta vez, ya estábamos todos muy preocupados, sale y se queda tirado en la escalera con unos dolores que lo partían. Pedí ayuda en el super, nos trajeron una silla de ruedas para poder llevarlo hasta un taxi, afuera y de ahí al hospital. Como no te llevan a 5 Javi y Martín se fueron en otro taxi. En el camino el tachero nos recomienda un hospital, el Naval, que estaba más cerca. Facu se baja rápidamente para parar al otro taxi, en donde venían los chicos, tarea que resultó infructuosa. Mientras tanto pude hacerlo entrar a Juan en emergencias, y, tomándose un rato para atenderlo, finalmente le pusieron un suero con buscapina. A estas alturas no nos cabía duda de lo que tenía: se había intoxicado con unas ostras que compró a un vendedor ambulante el día anterior, cuando llegamos, se hizo una escapada hasta la playa, mientras yo lavaba la ropa, y se pareció con 6 ostras, que acá las venden muy baratas. A mí no se me antojó comerlas en ese momento (mientras lavaba con las manos llenas de jabón), pero el se mandó un par, los chicos no quisieron, salvo Javi que comió tres. Yo después probé sólo una, pero Juan se habrá comido tres o cuatro. Es lo único que pensamos que le puede haber caído mal, ya que Javi también estaba medio medio, aunque nunca llegó a sentirse realmente mal. Los demás creo que zafamos, yo por poco y los chicos por nada.


Ahí estuvo Juan más o menos dos horas, en el interín, aparecen Javi y ´Martín, que cansados de esperar y dándose cuenta que ya no estábamos en el hospital convenido, preguntaron y, por suerte, acertaron en venir a este, donde estábamos nosotros. (ya que había 5 hospitales más en toda la zona).

Como siempre el drama acá es pagar la atención médica. A Juan, terminado el suerito, le dieron el alta, y le recetaron la consabida buscapina, loperamida y sales de rehidratación oral. Él se sentía bastante mejor pero en un 50%. La doctora le dijo que era normal, que iba a seguir con dolor el resto del día, hasta eliminar la comida que le había hecho mal. Fin de la atención, clinck! Caja!: $230 (argentinos) ¡Argentina como te quiero!! Por suerte, y a pesar de sentirse un poquito mal un par de veces a la noche, finalmente se recuperó.












Ahora sí!, la tercera era la vencida!!!, al día siguiente decidimos partir, ya dejando el hospedaje, hacia la Cartagena amurallada que se nos aparecía esquiva. Dejando camioneta y trailer en un estacionamiento abierto que ya habíamos visualizado anteriormente (a donde llegar nos costó un huevo, por las benditas calles sin retorno ni rotondas que posee esta ciudad). Bajo un calor bochornoso, que se nos metía en los pulmones y se nos salía por los poros, atravesamos los muros e ingresamos a la bella Cartagena de Indias! Una de las particularidades que posee es que realmente, al atravesar los muros, parece uno meterse en un mundo de otra época, detenido en el tiempo, con sus fachadas, balcones, iglesias, callecitas y colores, que inevitablemente lo transportan a uno a cualquiera de los cuentos de García Marquez, y encima, pensando en que muchos de estos lugares fueron inspiración directa de sus novelas a uno se le pone realmente las piel de gallina. Es emocionante ver también los colores de las gentes que pueblan las plazas y las calles, las negras con sus vestidos y sus frutas o artesanías; los negros con las botellitas de aguas o cervezas, los lustrabotas, los vendedores de artesanías y por supuesto de café!!, que no faltan en ningún lado; también, los parroquianos, que discurren en largas charlas, a la sombra de los enormes árboles, que quieren, pero no pueden, amainar el calor de la tarde. Visitamos el Museo Naval, en una enorme casona con hermosas piezas de diferentes barcos del mundo a escala, y representaciones en muy logradas maquetas de todas las batallas a las que se enfrentó la ciudad. Después partimos hacia la plaza Bolivar, a un lado la Catedral, al otro el Palacio de la Inquisición, que visitamos porque en todos lados recomendaban la visita, pero de lo que luego nos arrepentimos, muuuyyy cara la entrada, para lo poco que ofrecían. Por último quisimos visitar lo que fue el convento de las Clarisas, hoy un hotel 5 estrellas, pero donde nos dijeron, en el café, se puede ver (entrada libre), unas tumbas que fueron de internas que allí vivieron. Lamentablemente el café estaba cerrado por un evento privado, así que nos quedamos con las ganas. Cartagena es una ciudad para ver y recorrer hasta el cansancio, cada callecita invita a pasearla, a sacarle una foto y a guardarla en la memoria. Es un lugar que nos quedamos con ganas de volver a visitar, espero que la vida nos regale esa oportunidad. Ahora bien, para el visitante desprevenido (como lo fuimos nosotros), es necesario advertirle que lo hermoso es la muralla y su interior, todo lo que está por fuera es algo así como el Florencio Varela del Caribe (o peor).





























































2 comentarios:

rodando dijo...

Queridos Amigos: nos enteramos del accidente, es lamentable por un lado, pero la gran suerte de que están todos bien, esperemos que tengan una buena temporada y recuperen lo perdido !!!! Nosotros estamos en proceso de terminar el vehículo para dar la vuelta al mundo. Calculo que los vamos a visitar cuando pasemos por la costa. Un gran abrazo de la familia de Rodandoando.com

Juan Pablo Roncoroni dijo...

Lo que más me gusto es.... Nosotros estamos terminando el vehículo para dar la vuelta al mundo.... ¡¡¡¡Que bueno, lo dicen como si dijeran, voy a compran pan a la esquina!!!!