Armenia
Cuando llegamos a Armenia, luego de viajar toda la noche en el bus provenientes de Bogota, lo primero que hicimos fue buscar un taller de electricidad. Ante cualquier desinformación, recordamos que se nos habían freído media instalación eléctrica del trailer. Afortunadamente el taller estaba pegadito a la Terminal, y a pasos del estacionamiento donde estaban la Discovery y el trailer. Así que allí fuimos al encuentro de un muy bien reputado mecánico de apellido Peralta. Así le dice todo el mundo, incluso su mujer… Peralta. Y cuando pronuncian su nombre, uno percibe como un alo de santidad mecánica. Peralta resultó ser un hombre de baja estatura y enfundado en un mameluco grasiento, muy amable y con la capacidad para controlar psicológicamente al cliente que arriba con un problema. Peralta, te mira a los ojos, y te dice: No se preocupe, señor, aquí estamos para servirlo, su carro va quedar bien. Al maestro Peralta, y a sus ayudantes, le llevo hasta las cuatro de la tarde para reconstruir la instalación del trailer, incluso uno de sus ayudantes me acompaño a comprar el cable que Peralta indicaba (no podía ser otro dijo), eso tuvimos que tomar un colectivo y recorrer media Armenia. Cuando volvimos con el cable Peralta se puso a trabajar de a ratos en la instalación, digo de a ratos porque Peralta, al ser un mecánico tan prestigioso atiende de a varios carros a la vez, la mayoría de ellos colectivos. Mientras tanto nosotros nos dedicamos a hacer sociales, con los chóferes tranviarios automotores, la señora de peralta, los muchachos del taller y con cuanto colombiano curioso que pasaba por allí. Por supuesto, que mientras tanto también charlábamos con Peralta, quien cinta aisladora en mano y alicate, mientras estaba tirado debajo del trailer nos iba interrogando sobre usos y costumbres argentinas e informándonos sobre las de su Colombia. La cuestión que el mago Peralta, hizo un trabajo espectacular que nos permitió partir con el trailer reconstituido. Al terminar, me dijo, venga amigo, quiero invitarlo a tomar un “tinto” (entiéndase en jerga colombiana un café negro, y no Cabernet Sauvignon) En un barcito de la terminal nos tomamos el café (aunque yo negocié, como buen argentino ignorante, cambiar el tinto por un “perico” –café cortado con leche-) Peralta me dijo aquí se sirve el mejor café de la terminal, y tenía razón porque yo había ido a todos los barcitos de la terminal menos a ese. Más haya de conocer grandes atractivos turísticos, el contacto más simple con la gente es lo que hace a nuestro viaje maravilloso. Muchas personas como Peralta, nos tendieron su mano a lo largo del camino, y todos sueñan con visitarnos en Villa Gesell, sabemos que algunas de estas personas afortunadamente golpearan la puerta de El Viejo Hobbit presentados con la tarjetita que les dimos, y será hermoso recibirlos aunque más no sea con una cerveza helada y un pedazo de queso.
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