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Juan Pablo Roncoroni, Villa Gesell. Tengo varios blogs que versan sobre distintas cosas... la cerveza, el placer de viajar y escribir.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Ayer llegamos a Quito, no fue nada facil

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Nuestro viaje desde las afueras de Cuenca, desde más precisamente Gualaceo, hasta Quito fue una serie de hechos desafortunados, que vistos un tiempo después, se puede decir que no fueron tan graves, siempre se puede estar peor.
Salimos temprano por la mañana ya que el viaje era largo en un sinuoso camino de montaña, había amanecido nublado pero pronto el sol comenzó a asomar entre las nubes e iluminó el hermoso paisaje que se habría ante nuestros ojos. 

El primer hecho, no desafortunado, pero si triste, fue dejar en la ruta a nuestro amigo Mishi, para que se tomara un Bondi hasta Cuenca, donde el hippy, historiador, músico andino, poeta, contador de historias, correista (partidario del presidente correa),  filosofo y viajero tenía que ir a trabajar. El manojo de palabras que tiramos para describirlo al “pana” (amigo entrañable en la jerga ecuatoriana) Mishi, no alcanza, sólo se lo puede definir compartiendo un par de cañas con él, o al menos un par de cervezas, para que te cuente las historias de mil noches de juerga. Mishi se quedo en la ruta con su gorro emplumado, sus anteojos de intelectual, y los pelos que por muy largos no le cubren toda la cabeza, como un pollo mojado. Nos dijo antes de bajar, hagamos esto rápido porque estas cosas me ponen triste, fue un gusto conocerlos, no saben las ganas que me dan de volver a la Argentina, ustedes saben que yo soy ecuatoriano, pero también llevo en mi corazón a su tierra.












 Volcan Chimborazo 

 Bucólicas colinas sembradas de diferentes colores con bonitas casitas salpicadas aquí y allá. El camino subía y subía, a veces aparecían pintorescos y ordenados pueblitos de montaña. Avanzado el día comenzó a vislumbrarse una hermosa montaña frente a nosotros, a veces se la veía de frente, otras a nuestro lado, según discurría el camino. La cumbre se nos mostraba esquiva ya que las nubes impertinentes la cubrían. Poco a poco el viento pertinaz fue haciendo su trabajo y el Chimborazo se dejó ver en todo su esplendor, enorme y brillante su nevada cima, más abajo sobre las laderas, las parcelas cultivadas jugaban entre sí en combinaciones de verdes, amarillos y ocres. Sorprendidos y agradecidos de poder disfrutar de este entorno discurríamos entre subidas y bajadas hasta que el camino sólo se transformó en una cuesta interminable. Agrega Juan…El Chimborazo, fue testigo de la batalla de Riobamba, pues a sus pies está esta ciudad. Lamentablemente no ingresamos a la bella y prolija Riobamba, según dice la Lonely Planet, sin embargo no pude dejar de sentir emoción al pensar que aquellas bellas montañas fueron testigos del combate que tanto le gustaba relatar a mi abuelo, mi papá y mis hermanos. En Riobamba Juan Galo de Lavalle, al mando de una caballería compuesta por apenas por 96 lanceros, cargo a la caballería realista que lo cuadriplicaba en número y la venció. El mismo Mariscal José Antonio de Sucre dijo que jamás en su carrera militar había visto tal arrojo. 
El sol arreciaba y la ruta, para nuestra suerte, se había transformado en doble carril, por lo que nos permitía pasar más relajados a los lentos y baqueteados camiones; de pronto el pitido inconfundible del vigía, nuestro sistema de seguridad que corta el motor ante cualquier anomalía que lo ponga en riesgo. Hacía tiempo que no hacía su aparición, lo habíamos escuchado muy a menudo en las rutas de Chile y en algunas del Perú, donde se había puesto en alerta ante el calentamiento del motor, producido mayormente por la altura y la consecuente falta de oxígeno. En esas ocasiones, ante la parada forzada del motor, levantábamos el capot, dejábamos que se enfríe, a veces el líquido refrigerante saltaba cual lava volcánica verde, y rebalsaba vaciándose por el camino.  Sólo la paciencia de esperar para lograr bajar la temperatura, volver a cargar de líquido refrigerante en  el tanquecito, o el agua destilada, o en su defecto el agua que teníamos para beber, luego colocarle un taco al capot, para lograr una abertura por donde se filtrare el aire y colaborara para el enfriamiento del motor, todo ello atado fuertemente con sogas para que no salte y nos reviente el parabrisas;  contribuía para lograr que la Colo se pusiera nuevamente en movimiento sin sufrir.
En esta ocasión, a sólo 50 km de Quito, y en una curva de la bendita subida nos dispusimos a aplicar nuestros conocimientos. Aprontamos las balizas portátiles ya que la ruta estaba muy concurrida y los autos y camiones recién nos veían al dar la curva, ya sobre nosotros; con los dispositivos de seguridad logramos un hacer un pequeño desvío antes de que alguno nos llevara puesto. Abrimos el capot, el tanque del refrigerante parecía escupir sangre de Sherk como un mini volcán en erupción, finalmente todo el costado del camino era un río verde, habíamos perdido el líquido, pero por suerte había más de repuesto. Mientras aprontábamos más agua destilada, y los tacos y sogas para levantar el capot, paró un camión y luego una camioneta para ofrecernos amablemente su ayuda, que declinamos convencidos que ya estábamos en camino de solucionar el problema. Luego de un tiempo que consideramos prudencial decidimos emprender nuevamente la marcha, el vigía ya había dejado de darnos el alerta y la aguja de la temperatura había bajado a sus parámetros normales. Arrancamos, 40 metros, el vigía de nuevo corta el motor; angustiados volvimos a levantar el capot, poner las balizas y a esperar más tiempo aún, lo peor de todo: el camino seguía subiendo, ya estábamos en los 3500 metros, y aunque hemos llegado a estar en los 4800 ms. en este viaje, parece que la Colo se resistía. Media hora y arrancamos de nuevo, ni una cuadra, que vuelta a cortar. Ahora sí todas nuestras reservas de agua destilada y líquido refrigerante estaban agotadas, habíamos llegado a un plano y a lo lejos vislumbrábamos una estación de servicio de medio pelo, pero lugar ideal para aparcar y esperar… ya que no había banquina en donde estábamos parados.  Cuando el vigía nos vuelve a dar el ok avanzamos rogando que nos permitiera hacer esos 100 metros que nos separaban de la estación de servicios. Logramos llegar y colocamos el frente de la camioneta de cara al viento fuerte y bastante frío que comenzaba a soplar, estaba atardeciendo. Estuvimos una hora, y decidimos probar suerte.
La Colo comenzó andar cómodamente y por suerte el camino comenzó a bajar  y a bajar abruptamente lo que colaboraba ampliamente. Llegamos a poner quinta de lo bien que íbamos, ya el sol comenzaba a ocultarse y sólo 20 km nos separaban de Quito, cuando
¡nuevamente el vigía nos corta el motor!, paramos frente a una Unidad Ecuestre de Remonte, del Ejército de Ecuador, lugar en donde generalmente abundan los carteles de “No estacionar ni detenerse”, pero que , para nuestra suerte, no aparecieron por allí.


La Colorada sangrando refrigerante.



Ahora nuestra angustia se transformaba en decepción ¡tan cerca de llegar a nuestra meta!, vuelta a desplegar todo el ritual de enfriamiento, pero ya dudando seriamente de poder alcanzar nuestro destino ese día. El vigía nos habilita nuevamente, arrancamos, 30 metros, piiiiiiiiii!!!!!!. Otra vez varados. Decidimos probar suerte y solicitar la grúa de auxilio que tienen en los peajes, para que por lo menos nos arrastrara hasta la próxima estación de servicios. Juan se acerca a la garita del ejército, único lugar para conseguir un teléfono. Cuando vuelve nos dice que aparentemente del peaje no nos vendrían a ayudar pero que la gente del Ejército nos ofrecía un estacionamiento dentro del lugar para pasar la noche, sino, otra opción era ir hasta una estación de servicios a un kilómetro. Para entrar al cuartel había que dar una enorme y peligrosa vuelta en u, ya que  el portón de entrada había quedado detrás nuestro, el tránsito era muy pesado, imagínense la Panamericana a full.
En el cuartel le dijeron que por ahí venía un auto policial para cortar la ruta y poder hacernos girar en U pero no sabían cuándo. Estuvimos bastante tiempo deliberando qué hacer, la opción de pasar la noche en el cuartel era válida, ya que ahí dentro estaríamos seguros y al día siguiente la camioneta ya estaría fría para partir. El problema era girar en esa ruta saturada de vehículos que pasaban a mil junto a nosotros. Finalmente decidimos partir hacia la estación de servicios, ya que se estaba por hacer de noche, nosotros en la ruta, sin posibilidades de girar, tal vez en la estación encontráramos Wi Fi y le podríamos avisar así a Javi qué nos había pasado y donde estábamos, ya que él con Norita nos esperaban en Quito. Avanzamos y logramos superar la primer loma y cuando la camioneta se disponía a encarar la segunda, imagínense que pasó? Sí, otra vez varados al costado de un camino sin banquinas, al comienzo de una curva y subida. Arrepentidos de no habernos quedado frente al cuartel, con la noche ya cayendo sobre nosotros. Decidimos sacar los chalecos reflectivos para que los vehículos nos vieran, los chicos decidieron partir a ver donde estaba la bendita estación de servicios. Juan nuevamente abriendo el capot, etc., etc. Cuando los chicos vuelven, el destino quedaba a sólo 8 cuadras, un poco más allá bajando la loma que teníamos frente nuestro. Esperamos y esperamos, sólo había que lograr enfriarla para subir esa loma, teníamos todas las luces encendidas para que nos vean, pero esta vez  Juan no quiso mantener el motor encendido una vez que el vigía nos habilitaba, cosa que sí habíamos hecho las veces anteriores, ya que eso facilitaba la recirculación del líquido refrigerante y ayuda a acelerar el enfriamiento. Así  es que estuvimos un buen tiempo así, cuando decidimos darle arranque ¿adivinen qué?, ¡nos quedamos sin batería!, ¡ahora sí estábamos fregados! No había otra que  pedir ayuda, primero Juan se fue de frente, pero a los únicos que encontró lo mandaron nuevamente hacia el destacamento militar; mientras tanto nosotros desesperados salimos a hacer señas con las balizas separadas, dos en cada mano, y poder así desviar a los vehículos para que no nos llevaran puestos, ya era noche cerrada, ninguna luz en el camino y la camioneta ya no tenía ni una gota de batería para las luces de emergencia. Los autos pasaban y pasaban junto a nosotros pero nadie paraba, era lógico también, ¿quién iba a parar a unos locos haciendo señas en la oscuridad?.  De pronto, y como dice el lema de cualquier viajero que se precie “siempre alguien te va a ayudar”, para frente a nosotros una camión de auxilio mecánico y nos dice: ¿Necesitan ayuda?. Nuestro ángel guardián había aparecido. Rápidamente le expliqué la situación, nosotros ya teníamos la eslinga colocada  lista y presta para que un protector nos remolque, así fue que enganchamos y él nos remolcó unos metros, los suficientes para darle batería al auto y hacerlo continuar por sí mismo, después se ofreció para ir a buscar a Juan, Martín subió junto con él y su mujer que estaba en el camión y yo con Facu continué hasta nuestro paraje nocturno: ¡la estación de servicios!
Al poco tiempo de estar allí hacen su aparición Juan y Martín junto al señor del remolque que solo pidió como paga que Juan le enseñé a hacer cerveza, promesa que  deberá cumplir vía Internet.
Pronto comimos unos sándwiches en la misma estación y aprontamos el trailer para dormir, ¡no dábamos más! Y no podíamos avisarle a Javi ya que no había Internet, ni teníamos el teléfono del hotel, por lo que frente al panorama lo mejor era tomar nuestro merecido descanso.
A la mañana siguiente aprestamos todo para partir,  damos arranque, ¡sin batería!.¡No lo podíamos creer!, salgo al camino y veo un cartel medio derruido que decía “Se cargan baterías”, Juan partió en busca de la ayuda y volvió con un hombre, batería y cables en mano. Intento de arranque uno, nulo. Intento de arranque 2, nulo. La angustia se pintó nuevamente en nuestros rostros ¿Sería el alternador?, eso sí que era grave. El señor de las baterías decidió llevársela con él a su tallercito. Mientras tanto yo me dispuse a escribir y Juan a buscar a unos hombres que en otro taller adyacente arreglaban chapa y pintura, gente pues acostumbrada a tratar con las cerraduras, tal vez podría arreglar la de la puerta trasera, que después de nuestro empantanamiento en el barro, por algo que todavía no logramos entender, se trabó y no pudimos cerrarla más; así es que el camino hacia Quito lo hicimos con la puerta atada fuertemente con una soga. Uno de los hombres arreció contra la puerta, mientras Juan trataba de explicar la conveniencia de tener un destornillador “estrella”, para poder abrir las partes de la  cerradura, a lo que el hombre contestó: “Noooo, con este no más!!”, y a fuerza de varios golpes que parecían querer romperla más que arreglarla, logró cerrarla…pero no abrió más, fue entonces cuando el hombre le espetó a Juan: “Usté que la prefiere, abierta o cerrada?”, y ahí dimos por finalizada la operación, por lo que la puerta permanece por el momento, clausurada.
Al rato vuelve nuestra batería cargada, y para nuestra felicidad la Colo arrancó. Partimos finalmente hacia Quito, a donde llegamos en medio de un tránsito afiebrado, pero al que sobrevivimos hasta encontrar estacionamiento en el parqueo de un hospital importante, más o menos a 15 cuadras del hotel. Quito nos maravilló desde el  primer momento, hermosa, luminosa, con un folclore colorido de rostros  en animadas conversaciones. Nuestro camino al hotel lo hicimos en taxi ya que cargábamos con pesadas mochilas, y todo el trayecto fue un placer para los ojos. La ciudad antigua se nos aparece como una de las más bonitas que hemos visto hasta ahora, es hermoso descubrir que uno nunca deja de maravillarse, y que este mundo, estés donde estés te regala  belleza a cada paso!.


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