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Juan Pablo Roncoroni, Villa Gesell. Tengo varios blogs que versan sobre distintas cosas... la cerveza, el placer de viajar y escribir.

sábado, 5 de junio de 2010

Isla del Sol


Día 41  Isla del Sol
 5 de Junio de 2010
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  http://picasaweb.google.com/hobbitsaventureros/


Facundo, seguía sintiéndose mal, y no tenía ganas ni fuerzas para ir a la Isla del Sol.  Como la noche anterior cuando ya estábamos acostados llegaron los chicos argentinos que habíamos conocido en Tiwuanaco, y se estacionaron con su Chancha  Viajera al lado de nuestro tráiler, decidimos que Facu se podía quedar en Copacabana descansando; mientras nosotros hacíamos la excursión a la Isla del Sol. Todos los días anteriores en Copacabana se presentaron soleados, pero el 5 amaneció lluvioso. De todos modos decidimos hacer la excursión. Cuando llegamos al puerto el barquito, ya había partido, pero con otro barco lo alcanzaron y nos hicieron abordarlo. Una vez, en el barquito que casi perdemos, comprobamos que la parte cubierta (piso inferior) estaba repleto y que para estar bajo techo era necesario viajar parados. Nos quedamos parados un rato parados bajo un alerito, pero el timonel que controlaba los motores fuera de borda nos dijo que había que equilibrar el peso y que teníamos que ir arriba, donde por supuesto quedábamos indemnes antes la inclemencias del tiempo. Subimos arriba, sin discutir, la embarcación no generaba mucha confianza por su  construcción. Como dice el tango garuaba y hacía frio, y a medida que avanzábamos hacia el horizonte del inmenso lago Titicaca el clima se ponía peor. La garua se iba convirtiendo en franca lluvia, no torrencial, pero lluvia  que ponía prueba nuestra ropa técnica, el viento era helado. Dos horas de navegación nos separaban de la  Isla de Sol, y nos estábamos cagando de frío. En una de esas aparece se sobre la cubierta superior un hombre con su celular, y sin importarle mucho los desarreglos climáticos se puso a hablar aparentemente de negocios. Luego de hacer un par de llamadas, se dirigió a nosotros criticando el servicio que prestaban las lanchas que van la Isla de Sol, y luego nos preguntó de dónde éramos.  Palabra va, palabra viene, resulto que Dante era un biólogo peruano especialista en truchas residente en Puno. Charlamos un rato, y nos ofreció el estacionamiento de la empresa donde trabajaba en Puno como lugar para que pudiéramos dormir en el tráiler cuando llegáramos a Puno. El tema de las truchas era muy interesante, y lo escuchábamos atentamente, pero llego un momento que la lluvia era insoportable, así que decidimos bajar  a la cubierta inferior techada. El timonel resongó un poco cuando aparecimos   abajo, argumentando no se qué cosa de la distribución del peso, y yo le dije: ¿Por qué no va usted a mojarse arriba? Finalizada la discusión nos quedamos abajo del techito, parado. s en el pasillo.




Cuando llegamos a la Isla del Sol el Clima había mejorado considerablemente, la lluvia había parado y Febo tímido intentaba asomarse entre las nubes. La Isla del sol es un lugar muy lindo. Sus senderos peatonales y construcciones de adobe y paja son preciosos. Apenas llegamos fuimos recibidos por Juan, un guía local que hablaba el castellano con mucha dificultad, y que sus conocimientos no desbordaban, Había que ver la cara de los gringos tratándole de entender al hombre ya entrado en años. Los guías  de la isla, son lugareños más duchos en hablar el aimara que el castellano. Gente muy humilde, descendientes de los habitantes prehispánicos del lugar. Primero Juan, nos llevo al Museo del Oro, una franca vergüenza porque no había oro y la palabra museo le quedaba enorme. Luego continuamos el recorrido por senderos que se adentran en la isla, y que siempre suben. Mi asma, y disminuida capacidad pulmonar empezaron a pasarme su factura. Geral , Javi y Martín  me iban esperando, mientras yo sufría los   embates de la altura y el declive del terreno. Sin embargo las vistas que la montaña nos ofrecía del Titicaca valían todas las penurias. Las aguas del lago sagrado de los  pueblos Aimara y Quechua se mostraban cristalinas de un color verde esmeralda profundo, y las playas eran de arenas blancas.  Por suerte el sol había salido y brillaba calentándonos y secando nuestras ropas mojadas.  Camperas y abrigos fueron a parar a las mochilas. Juan nos llevo a algunos sitios arqueológicos que  hay en la isla, y nos mostró unas enormes rocas que según él eran sagradas y tenían inagotables fuentes de energía capaces de curarlo todo. También él veía figuras en las rocas que a nosotros francamente nos costaba divisar. Cuando fijábamos la vista en las rugosas superficies veíamos ciertos rasgos antropomorfos que podían representar, como decía Juan, a Viracocha, pero también al Capitán Piluso o al General Perón. Lo mismo sucedía con las figuras zoomorfas, el pretendido puma (en aimara: Titi)  podía ser un perro o un hipopótamo, ustedes saben, la imaginación no tiene límite. Pasamos por algunas piedras de sacrificio, y seguimos caminando. Yo me valía del bronco-dilatador que llevaba en el bolsillo y de una ramita que Juan , el guía, me había dado para que oliera. Debo decir , que no se si era sugestión o propiedades medicinales de yuyo, pero me hacía bien aspirar el agradable olor de la plantita.  Caminando, caminando llegamos a unas ruinas incaicas consistentes en algunos paredones de pirca muy simples. Allí Juan se despidió, y vino el mangazo. Diez Bolivianos por persona. La contribución no era obligatoria, pero el guía se paraba en el único acceso que tenían las ruinas y cuando querías salir la marca que ejercía era tan efectiva como la de Pasarela. Negociamos por un poco menos, después de todo una propina teníamos que darle, el pobre hombre de algo tiene que vivir.  























Llegada esa instancia había dos posibilidades, volver al puerto donde habíamos llegado y abordar el mismo barco que nos trajo para circunnavegar la isla hasta el puerto que estaba del otro lado. O agregar unos 6 kilómetros más de caminata al kilómetro que ya habíamos hecho para llegar al otro puerto por tierra atravesando la isla. De más está decir que optamos por esta última alternativa. Yo siempre me pregunto, porque me gusta tanto el trekking de montaña siendo que lo sufro tanto. Bueno sarna con gusto no pica. Un sendero empedrado, subía y subía, y cuando parecía que llegábamos al a cima, desde la elevación veías un tramo de bajada y nuevamente un caminito que subía. Las vistas eran hermosas y la tórrida vegetación de la isla era conmovedora luego de haber transitado tanto desierto en este viaje. Pero mi esfuerzo era penoso. Íbamos atravesando pequeños caseríos habitados por gente con ropa típica que cuidaba ovejas y cultivaba su huerta. La isla del sol carece de la contaminación visual y de basura que arruinan otros lugares hermosos de Bolivia. Luego de caminar unas 2 horas, comenzamos a bajar un cuesta que desembocaba en el puerto y atravesaba un poblado muy pintoresco. La Isla del Sol tiene unos 2000 habitantes, y cuenta con cierta infraestructura turística, pequeños hoteles (algunos muy bonitos) y restaurancitos. Fuimos descartando lugares donde comer, para buscar alguno en el puerto. Cuando llegamos al final de la caminata ya eran cerca de las 15:30, hora en la que partía en barco, no tuvimos tiempo para comer. Estábamos agotados y famélicos pero para comer teníamos que esperar a volver a Copacabana.  











El viaje de regreso fue tranquilo, la mayoría de la gente que se apiñaba a la ida en la cubierta inferior techada, ahora disfrutaba del sol en la cubierta superior. Nosotros optamos por ir abajo y sentarnos bajo techo en las sillas de Jardín de Infantes que tenía la embarcación. Charlamos un rato con Dante, de quien nos habíamos separado porque él había ido a la isla a hacer un trabajo con una Notebook y una especie de pistola que mide la polución, pues según dijo, él forma parte de un proyecto binacional (Boliviano-Peruano) que mide la capacidad de carga del Lago Titicaca. Llegamos a Copacabana, y vimos como estaba Facundo. Seguía decaído y con diarrea, se había pasado todo el tiempo en el tráiler acostado mirando unas películas, y había rechazado las invitaciones de los argentinos de la Mitsubishi L300 para evitar alejarse de Practy Potty (el inodoro químico). Charlamos un poco con nuestros amigos argentinos, y se lo presentamos a Dante, nuestro nuevo amigo peruano. Luego fuimos con Dante, a uno de los Bolichitos que estaban frente del tráiler, y como no podía ser de otra manera, ajusticiamos sendas truchas y algunas cervezas “Paceñas”. Quedamos con Dante, en encontrarnos al otro día en Yunguyo, el pueblo Peruano que está Justo en la frontera, el nos llevaría a unos criaderos de Truchas para que viéramos como es la explotación de ese recurso en el Titicaca. Luego del almuerzo-cena, Dante partió, y nosotros nos quedamos un rato largo charlando con los argentinos.





 





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