Día 27:
Sábado 16 de Mayo de 2009 Nos levantamos a las cuatro de la mañana en Cerro Azul, para partir pronto a Lima. Fuimos a cargar combustible a una estación de servicio (Grifo) que estaba frente al pueblo, del otro lado de la autopista. La madrugada estaba fresca y cuando llegamos a la estación, nos encontramos con el playero sentado en una silla, envuelto de una frazada y con un gorro con orejeras. El tipo no se movía, y ni se mosqueo ante el vibrante ronroneo del motor de la TATA. Dijimos... pobre muchacho está dormido... , y suavemente comenzamos a llamarlo para que nos cargue gas-oil. Nuestros primeros intentos fueron inútiles, y comenzamos a llamarlo a viva voz. Cuando estábamos planteándonos ir a buscar una ambulancia, el muchacho lentamente reacciono y comenzó a mirarnos con los ojos perdidos en la nada, y el cuerpo entumecido por el frío. Al cabo de un rato se dio cuenta que eramos gente que queríamos cargar combustible y que él debía realizar ese trabajo.
Con el tanque lleno afrontamos los últimos kilómetros que nos separaban de Lima, desde que ingresamos en Perú sabíamos que en algún momento la ruta Panamericana se convertiría en Autopista. Durante todo el recorrido esperamos ese momento que implicaría comodidad y seguridad para viajar. Lo único que no nos imaginamos que es que eso ocurriría sólo faltando 200 kilómetros para la capital. Bueno dije comodidad y seguridad, y algo tenía que pasar para que la ruta sea insoportable a pesar de tener cuatro manos y guarda-rail. Una espesa niebla nos acompaño los últimos 200 kilómetros. Sin embargo llegamos temprano a la ciudad y evitamos el transito demente y denso de sus calles. El GPS fue para nosotros un aliado incondicional, pues nos guió en forma directa y rápida hasta el barrio de Miraflores, donde está Patagónico, el negocio y casa de mi primo Ezequiel. Para ello tuvimos que atravesar algunos suburbios y barrios del sur de la ciudad.
Cuando era muy temprano cuando llegamos, no queríamos despertar a ningún pariente entonces nos fuimos a desayunar a un bar sobre una avenida en Miraflores. Un poco más tarde fuimos a despertarlo a mi primo Ezequiel quien tiene un restauran en el Barrio de Mira Flores, cuyo argentinísimo nombre es Patagonia.
El recibimiento de Ezequiel Furgiguele, así se llama mi primo fue más que cordial a pesar de que lo arrancamos de los brazos de morfeo en horarios poco habituales. Evitamos sacarle foto para que no se pueda ver su cara de loco. Bueno siempre tiene cara de loco, no sólo cuando recien se levanta.
Patagonia es el reflejo de la mente de un artista trota mundos, abocado a múltiples indisciplinas tomadas muy en serio a lo largo de los años. El resultado como no podía ser de otra forma es genial. Si bien la decoración expone elementos habituales en lugares anorexo-minimalistas , no tiene nada que ver con este aburrido y reiterado estilo. Quizás el nombre decepcione a quienes esperaban ver cabezas de ciervos, fotos del Glaciar Perito Moreno o las Ballenas de Peninsula de Valdez. Pues la Patagonia de Ezequiel traspasa el límite que demarca la General Paz y se mete en corazón de Buenos Aires para reflejarse en el Limeño Barrio de Miraflores, todo eso sin soslayar otros barrios sudamericanos por los que dueño del Restaurant Bar anduvo. Ezequiel nos confesó que la ciudad más austral que visitó en su argentina natal fue Bahía Blanca, por lo que deducimos que apenas rozó aquel territorio que tanto impresionara a Don Francisco Pascacio Moreno. Parece ser que la Patagonia de Ezequiel llega por el norte hasta otra ciudad llamada Bahía... San Salvador de Bahía, cuya latitud coincide, grados más grados menos, con la de Lima. Al sur de la línea imaginaria que une a estas dos ciudades se extiende una idea de patagonía más expansionista . Un territorio que además de contener lugares tales como los canales fueguinos y los grandes lagos del sur, también incluye por ejemplo el desierto de Atacama, el antiplano boliviano y las playas de Brasil.
El restaurante está repletos de cuadritos y afichesitos que pueblan las paredes, de allí nos saludan Aztor Piazzola, Charly Garcia, Mercedez Sosa, Julio Cortazar, Mafalda, El negro Olmedo, Don Benito Quinquela Martín, Jorge Luis Borges, San Martín, Maradona (discreto), Matín Caparroz, Tita Merello, Maria Elena Walsh, y otros argentinos que nos emocionaron, el General Perón faltó a la sita pero él y Balbín podrían estar. También están Perico el padre de Ezequiel y un ser extraordinario de la familia. Y Tera, madre de propietario del establecimiento, quien confiesa desde una nota periodistica enmarcada y colgada en el muro: Si viajar es vivir más... yo voy por los 130. Cabe acotar que Tere, no es cualquier persona... Es la copia genética de mi vieja, pues es su hermana melliza. Perico y Tere son todo un símbolo en mi familia, son mis tíos. Son las personas que siempre recuerdo viviendo en algún lugar perdido y lejano a mi cercana pampa húmeda.... Lima, Chosica, Pucalpa (selva peruana), Caracas, Misiones o Colonia del Sacramento en Uruguay. Perico era técnico papelero y partía a donde las fabricas lo llevaban, hasta que por algún noble motivo renunciaba. Tere es profesora de dibujo y lo acompaño a Perico en su loca travesia toda la vida. Es más lo sigue acompañando, porque Perico dejó este mundo en Colonía del Sacrameto Uruguay., donde hoy Tera tiene una campo de unas pocas hectares, allí descansa Perico. Sus restos fueron sustraídos del cementerio de Colonia por encargo de su viuda mujer. Quizas esto constituya un pequeño delito, pero lo que de ningún modo es un delito es la historia de amor de Perico y Tere. Esta no tiene nada que envidiarle a la de Juana la Loca y Felipe el Hermosa, ni a la de Fermina Daza y Florencio Ariza.
Perico y Tere eran los tíos que casi nunca veía, pero cada encuentro con ellos era grandioso, lleno de cuentos, fantasias y imaginarias aventuras.
No comimos ese día en Patagonia porque no abre al medio día. Pero des púes pudimos comprobar que la gastronomía estaba a la altura de la onda del lugar.
Con Geraldine, dijimos llegamos a Lima estamos en casa.Eso es lo que nos demostraron nuestros parientes.
Como no podía ser de otra forma, una vez ubicados en Barranco, fuimos al Restaurante Cantarana, cuyo creador y propietario es mi primo Vicente Furgiguela. Cantarrana es lo que en Perú es conocido como un huarique, lo que en porteño vernáculo se diría bolichón. Sin embargo es el mejor bolichón que hemos conocido. En el lugar se refleja la personalidad explosiva de Vicente, argentino que sin perder sus lazos con su país natal tiene profundas raíces en Perú. Estas raíces se llaman, infancia adolescencia e hijos... Vicentito, Martín y Gabrielito son nacidos en el Perú, pero todos por decreto paterno "hinchas de Racing", y sólo de Racing. Vicente es un cincuentón muy bien conservado gracias las propiedades antioxodantes de la cerveza y de levantarse todos los días a las cinco de la mañana para salir a correr. Cantarana abre solamente al medio día lo que le permite a Vicente ir a dormir muy temprano. Nunca se cansa de repetir las palabras de la persona a quien considera su mentor: Ronqueta. ¡La noche es mala consejera! Ronqueta a parte de ser el padre de una numerosa familia en la que me tocó ser septimo hijo, es el ídolo máximo de Vicente. El conoce numerosas, graciosas y largas anécdotas que vivió con mi extinto padre. Motivo por el cual encontrarnos con él en Perú, y escuchar las historias una vez más fue para Geraldine y para mi un impacto emotivo en el corazón.
Cantarana también está poblado de cuadros que tapan todas las paredes, en un magnifico cambalache que evoca a la cantina del Barrio de la Boca (Si eso fuera posible en el reducto más racinguista que uno pueda imaginar) De las paredes penden los cuadros de numerosos parientes y amigos, pero también de personajes argentinos entrañables. Como ya manifestamos algunas imágenes fueron muy emotivas, Ronqueta, mi extinto hermano Jorgito, mi vieja, mis otros hermanos (que son muchos), el propio Vicente corriendo o haciendo la colimba en Rio Gallegos, el equipo de Racing Campeón del Mundo del 67, Diego Maradona (maximizado), Gardel, Pichuco, El Che y otras figuras nos miraban. Entrar a Cantarana y encontrarnos con Vicente fue muy emotivo.
Jorgito y mis hermanos mellizos
Carlos Romuald Gardes
Pichuco
Vicentito en primer plano, Vicente viejo en segundo.
Mi primo y yo
En Canta Rana ocupamos una mesa con Vicente y Ezequiel y los amigos que rondaban por el lugar, a pesar de que había gente parada esperando. Disfrutamos de la excelente comida peruana, que en Cantarana se muestra en su mejor nivel. Disfrutamos del seviche, el arroz chaufa, el sudado y otros platos muy ricos.
Comimos en el reducto de Vicente varias veces durante nuestra estadía en Lima, y siempre disfrutamos de lo que nos ponían sobre el plato y de nuestro anfitrión. La primera vez que fuimos, y otras vimos a los hijos de Vicente. A la nieta de Vicente, la hija de Martín; y a sus nueras. Estuvimos con Pedro Pablo el hijo de mi prima extinta prima Raquel, fue muy lindo hablar y compartir un rato con él. También conocimos a personajes de staff del huarique, personajes entrañables como Rómulo y Fernando, y otras personas cuyos nombres se nos han borrado, pero todos resultaron ser personas muy amables y agradables. Algunos de ellos me preguntaban ¿Usted es el tío del señor Carlitos? Hacían referencia a mi sobrino Carlos Antoni Soria, el hijo de mi hermana Marcela, un bago de siete suelas, que en algún momento paso por Perú y estuvo trabajando en Cantarana. Lo evidente era que el atorrante de Carlitos, perdón el señor Carlitos, se había ganado el corazón de toda esos trabajadores gastronómicos peruanos.
También en el Barrio de Barranco, a la vuelta de lo de Vicente estuvimos el bolichito de los hijos de Vicente, en el fondo de una feria. Tienen unas cuantas mesitas que están prácticamente a cielo abierto. El lugar es concurrido por parroquianos que le dan a los tragos desde poco antes del mediodía.
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