Luego de un cruce maravilloso de la cordillera de los Andes, que nos sumergió en el paisaje que viera el General José de San Martín cuando cruzó estas montañas para liberar Chile, llegamos al puesto de frontera integrada Argentina - Chilena, que en concordancia con la idea anterior, se llama Paso Los Libertadores. Los libertadores son el argentino José de San Martín y el chileno Bernardo de H'oggins. Era nuestra primera frontera en nuestro vuelta a Sudamérica. Dado el nivel de organización y coordinación que ambos países se esfuerzan por tener, creímos que el pasar de un lado al otro iba ser un simple y corto tramite. Pero precisamente la buena organización chilena fue lo que nos retraso y nos regaló una anécdota difícilmente olvidable. En principio hicimos los tramites migratorios, basto con hacer una cola en las ventanillas de ambos países y llenar un formulario para que todo estuviera bien, nosotros las personas ya podíamos ingresar a Chile. Sólo faltaban los trámites de aduana. Con Geral teníamos experiencia con autoridades aduaneras chilenas, porque en 2009 nueve habíamos cruzado la misma frontera en nuestra TATA SUMO. Sabíamos que los chilenos se toman su trabajo responsablemente y revisan todo. Son muy amables y correctos, pero hay que armarse de paciencia porque cuando decimos revisan "todo" es "todo".
Así que empezamos por elevar con la manivela nuestro trailer y armarlo como lo hacemos cuando dormimos, mientras los uniformados revolvían minuciosamente pero ordenadamente nuestros trastos, ropa y toneladas de comida no perecedera transportada. El Delta 330 pasó la requisa sin dificultad alguna; incluso los olfateos insistentes de un perro dotado de un férreo entrenamiento. Fue precisamente este pichicho quien comenzó a ladrar como loco al descubrir nuestro bolso térmico en el área de carga de nuestra camioneta. Como nosotros creíamos que estos perros buscan drogas, y a su vez nos sabíamos inocentes de transportar estupefacientes, no entendíamos porque el can ladraba tanto. Es más yo había escuchado alguna vez historias de turistas a los que narcotraficantes les habían llenado su automóvil de cocaína, valiéndose de la distracción de los pobres chichipios, para pasar la droga por la frontera. En eso estaba pensando cuando, el funcionario que sujetaba al perro por la correa ordenó... ¡Abran el bolso! Del fondo del bolso, que tiene pretensiones de heladera pero que no enfriá un carajo por mucho que lo enchufes al toma-corriente del auto, no sacaron un kilo de cocaina, ni varios ladrillos de marihuana, ni 50 dosis de éxtasis... No definitivamente no. Del fondo del puto y azul bolso extrajeron un tomate. Un tomate, no muy grande, pero si lozano y rojo, en su exacto punto de maduración. Un tomate mendocino, bronceado por soles cuyanos que habíamos encontrado en una góndola de un supermercado como paso previo a nuestro picnic en el Cerro de la Gloria.
Cuando un va llegando a cualquier paso fronterizo chileno grandes carteles advierten sobre la prohibición de ingresar al país, frutas y carnes crudas y/o no envasadas. Los chilenos son tenaces y minuciosos para aplicar sus barreras sanitarias, y la violación de estas normas suele tener consecuencias onerosas para el transgresor.
Descubierto el tomate, nos convertimos automáticamente en eso.... En violadores. Como primera medida el tomate fue secuestrado por las autoridades aduaneras, sin importar que uno llore o argumente que el tomatito es un compañero de viaje al que se le tiene cariño. El tomate, en primer lugar, marcha preso. Y después uno mismo puede llegar a terminar en una celda. La meticulosidad chilena con respecto a sus barreras sanitarias puede parecer exagerada pero lo cierto es que Chile, si bien padece de males tales como terremotos y Tsu-namis no cuenta entre sus desgracias a la hormiga negra o enfermedades de la frutas, verduras y ganado que si son comunes en Argentina, Bolivia y Perú. La producción agropecuaria chilena es muy sana, y requiere de menor cantidad de pesticidas; y parece que la quieren mantener así.
Cercano a la rueda trasera de la Disco, yace el bolso contenedor del tomate.
El muy malvado del perro, luego de haber hecho su trajo... duerme.
Mientras Geral y los chicos esperaban, y sacaban cálculos de las exiguas horas de luz que nos quedaban para llegar a algún lugar apto para abrir el trailer y dormir, yo fui conducido amablemente a una oficina. En esa dependencia se me informó que debería comparecer ante el juez de faltas (o algo así), que este funcionario público leería una declaración que a continuación se me tomaría, y que de acuerdo con mi argumento decidiría absolverme o cobrarme una multa que no iba olvidar en mi vida.
El Tomate, y todos los cargos que pesaban sobre él.
Mientras la escribiente apresurada se empeñaba en registrar todo lo que yo decía, argumente que la aparición del tomate en el fondo del bolso se debía a un descuido que no teníamos intenciones de quebrantar ninguna norma, ni de engañar a las autoridades aduaneras traficando tomates. Que de hecho el tomate era sólo uno, y no un cargamento que hubiera podido hacer factible algún tipo hortaliza-trafico del que pudiéramos sacar algún rédito económico. Aproveche para manifestar que : había visitado Chile en otra oportunidades, el país me parecía muy bonito y ordenado, su gente muy educada, y sus carabineros y autoridades muy correctos y honestos. Agregue que yo no era quién para romper tanta armonía, y que me parecía bien los controles.
La Chica que tomó mi declaración dijo: Espere aquí el juez debe expedirse. Cuando pregunte si podía volver con mi familia que esperaba afuera, me dijo NO! Entonces automáticamente me convertí en un infractor incomunicado, sentado frente al escritorio como un acusado en su banquillo. Mi única compañía durante los siguientes veinte o treinta minutos fue él tomate, que estaba junto a un montón de papeles sobre el escritorio.
Cuando el aburrimiento, los cálculos delirantes de cuanto costaría la multa y la incertidumbre de saber donde levantaríamos campamento esa noche estaban por hacerme estallar el cerebro, la escribiente reapareció. Extendiéndome un papel rubricado y sellado me dijo: El Juez lo ha perdonado por está vez, pero dijo que sea la última.... ¡Bienvenido a Chile! Por suerte no había tronado el escarmiento.
Así fue como los cinco integrantes de la expedición (Geral, Javi, Martín, Facundo y yo), con la Discovery (la colo) y el Delta 330 nos introducimos en el territorio chileno y afrontamos las mil curvas que descendían abruptamente al Pacifico. Nuestra República Argentina quedaba atrás, y al parecer lo mejor de la aventura recién comenzaba.